Sunday, November 19, 2006

LA IMPORTANCIA DE LA DIMENSIÓN ASCETICA EN LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA


P. Steven Scherrer
13 de octubre, 2006



El mundo, como la creación de Dios, es lleno de cosas buenas y necesarias que necesitamos para sostener la vida y promover el Reino de Dios, cosas como comida, computadores etc., que usamos en su servicio y para su gloria. La primera parte de la jornada espiritual se edifica sobre las cosas buenas de este mundo que nos revelan la bondad de Dios. Pero los grandes escritores místicos enseñan también la renuncia del mundo para llegar a la cumbre de la unión mística con Dios y a un estado de tranquilidad, luz, y paz. Este es el camino ascético-místico de la vida contemplativa, que es un camino más avanzado, pero aun así, es pensado para todos, como el Concilio Vaticano II nos ha enseñado, si tan sólo hubiera los que pueden mostrar este camino a los demás, y no sólo guardarlo escondido para los monjes.

Después de haber viajado una cierta distancia, buscando a Dios en todas las cosas buenas de su creación, para ir más adelante, es el camino ascético-místico —el de la renuncia y de la oración mística en silencio— que nos llevará a la cumbre de la montaña. Esta es la tradicional enseñanza espiritual, que los monjes siempre han conocido y en la cual se han especializado, pero que pueden también dar a conocer a los demás —porque ellos también son llamados aun a los más altos grados de la perfección, según el Segundo Concilio Vaticano. Lo que necesitamos es que los monjes, que han guardado esta tradición, este secreto, presente estos principios básicos de la espiritualidad monástica a los demás. Los básicos principios espirituales son los mismos para todos; pero tienen que ser aplicados de varias maneras, adaptándolos a la vocación y estado de vida de cada uno. Lo que los monjes tradicionalmente han vivido de un modo muy literal y radical se puede vivir también de un modo diferente por otras personas, según la dirección del Espíritu Santo en cada individuo.

La tradición monástica de la ascética y de la renuncia del mundo no debe entenderse como un desprecio del mundo, del cuerpo, de la creación, o del placer corporal en sí. No se basa de modo alguno en una visión dualista del mundo, considerando la materia como mal; y sólo el espíritu como bueno.
La razón por la renuncia, la ascética, y la austeridad, que se encuentra en toda la tradición monástica, se basa más bien en el deseo de renunciar a lo bueno para lo mejor; es decir: la tradición ascética y monástica renuncia a los bienes de este mundo para los del reino de Dios; renuncia a los bienes de esta creación para los de la nueva creación; y hace así para tener un corazón completamente indiviso para el Señor.

Creo que lo que necesitamos hoy es una visión equilibrada de la vida espiritual y contemplativa, una visión que es a la vez ascética y mística; catafática (viendo a Dios en creación y en la oración vocal) y apofática (experimentando a Dios por la renuncia y por la oración silenciosa). La ascética es el camino que lleva a la mística. Y una orientación “catafática”, que ve a Dios en todo y ora usando palabras e imágenes, es la primera parte del camino espiritual que debe terminar en la experiencia apofática de Dios sin palabras, imágenes, o ideas, y en desprendimiento de los deleites de este mundo. El renunciar a los placeres innecesarios de este mundo nos lleva a tener un corazón indiviso, reservado sólo para el Señor, y así ser más preparados para experimentarlo en luz y gloria interior.

Hoy en día, a veces se cuestiona si la ascética y el desprendimiento de los placeres de este mundo son verdaderamente necesarios para entrar en unión con Dios y llegar a un estado de paz y luz en el Señor, entremezclado con la experiencia luminosa de la oración apofática. A la luz de esta duda, sería útil, creo, ver que esto es, en verdad, la enseñanza común a los autores espirituales más aprobados y aceptados, como san Bernardo, san Juan Casiano, san Juan de la Cruz, y La Imitación de Cristo.

Un autor espiritual escribe así: “La renuncia al mundo y a sus falsas alegrías, la negación de sí mismo, el desprecio de lo sensible, etc., no son una aniquilación absurda de la criatura humana, sino condición providencial para lograr la liberación plena y el más alto desarrollo de la personalidad: nos despojamos de todo y de nosotros mismos para llenarnos de Dios y ser dominados enteramente por la caridad…” (B. MARCHETTI-SALVATORI, Despojarse, en Ermanno ANCILLI, Diccionario de Espiritualidad, 3 tomos, Herder, Barcelona, 1987, tomo 1, 565-567).

San Juan de la Cruz escribe: “que son pocas las almas que se dejan purificar y despojar hasta el fondo por el Señor, y por ello pocos son santos” (Llama de amor viva B 2, 27 y 3, 27). La Imitación de Cristo dice: “Cuanto más te retiras de los consuelos de todas las criaturas, tanto más dulces y bendecidos serán los consuelos que recibirás de tu Creador” (3.12). Y san Juan de la Cruz dice: “no podrá comprender a Dios el alma que en criaturas pone su afición” (Subida 1.4.3), y “...el alma que pone su corazón en los bienes del mundo, sumamente es mala delante de Dios. Y así, como la malicia no comprende a la bondad, así esta tal alma no podrá unirse con Dios” (Subida 1.4.4).

San Juan de la Cruz escribe también: “el alma que hubiere de subir a este monte de perfección a comunicarse con Dios, no sólo ha de renunciar a todas las cosas y dejarlas abajo, más bien los apetitos... Y así es menester que el camino y subida para Dios sea un ordinario cuidado de hacer cesar y mortificar los apetitos; y tanto más presto llegará el alma, cuanto más prisa en esto se diere” (Subida 1.5.6). Y “Hasta que los apetitos se adormezcan por la mortificación en la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haya al espíritu, no sale el alma a la verdadera libertad para gozar de la unión de su amado” (Subida 1.15.2).

San Antonio, abad, dijo: “La inteligencia del alma se hace fuerte cuando se debilita los placeres del cuerpo” (san ATANASIO, Vida de san Antonio 7). Esta es también la enseñanza de san Bernardo. La primera Carta y el tercer y cuarto Sermón sobre Navidad de san Bernardo son buenos ejemplos del hincapié que él hace en la importancia de la vida austera. Él dice: “Al que vive con prudencia y sobriedad le basta la sal, y su único condimento es el hambre” (Carta 1, 11). Y “ahuyenta el deleite, porque la muerte está apostada al umbral del deleite. Haz penitencia y te acercarás al reino” (3 Sermón sobre Navidad 3). La razón para esta renuncia es tener un corazón indiviso en su amor y devoción al Señor.

La Imitación de Cristo es especialmente rica en esta doctrina. Aquí hay unos ejemplos más de la enseñanza de la Imitación de Cristo sobre este punto: “Cuando el hombre llegue a este punto de la perfección en el cual él busca su consuelo en ninguna cosa creada, entonces Dios empieza por primera vez, a ser dulce para él” (1.25). “tanto más se acerca el hombre a Dios, cuanto se aparta de todo gusto terreno” (3.42.2). “Hijo, mi gracia es preciosa, y no quiere mezcla de cosas extrañas, ni de consuelos terrenos” (3.53.1). “Debes separarte de parientes y amigos, y tener el alma privada de todo placer temporal” (3.53.1). “Nosotros tenemos la culpa si no gustamos, o muy raras veces, de los consuelos divinos, porque no buscamos la contrición del corazón, ni desechamos las vanas y exteriores alegrías” (1.21.3). “Si quieres tener verdadero gozo y ser consolado por mí abundantísimamente. Pon tu felicidad en el desprecio de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno. De esta suerte gozarás de gran consuelo” (3.12.4). “Si dejas de ser consolado por las cosas mundanas, podrás ver más perfectamente las cosas celestiales” (2.1). Y “verdadera gloria y alegría santa es...no deleitarse en criatura alguna sino en Ti” (3.40.5).

Otra vez, el propósito de esta renuncia del mundo y de sus placeres es tener un corazón reservado únicamente para el Señor, un corazón indiviso.

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